La historia de Emily

México
junio 2017

Emily tiene 15 años. Regresó a México el año pasado, con su familia. Escribió esta historia en la primavera de 2017, mientras vivía en Tijuana, México.

Flores en el jardín de la escuela. Por Emily
Flores en el jardín de la escuela. Por Emily

Lo único que recuerdo de mi vida en México durante esos seis años es el preescolar. Mi mamá y mi papá querían que mi hermano y yo tuviéramos la mejor educación posible, porque ellos saben cuán duro es sobrevivir y conseguir trabajo sin una buena educación. Por lo que he visto, la mayoría de las escuelas públicas en México no son buenas, así que nos inscribieron en escuelas privadas.

Me gustaba aquella escuela, cada salón estaba pintado con color diferente y eso hacía que la escuela se viera más vivaz. El patio de juegos era muy pequeño y estaba dentro de una jaula grande de la que los niños no podían salir. Había reuniones especiales donde los estudiantes podían bailar, cantar y presentar obras de teatro. Cuando sonaba la campana, salíamos, y mamá nos recogía a mi hermano y a mí para llevarnos a casa. Mi familia vivía en una pequeña casa que mi papá había construido en una comunidad cerrada. La sala era pequeña, y recuerdo cuando mi hermano y yo veíamos televisión, mi papá cruzaba la puerta de entrada y nosotros corríamos a saludarlo.

Un día, papá empezó a empacar nuestras cosas y cruzó la frontera múltiples veces para llevar nuestras pertenencias al que sería nuestro nuevo hogar. No recuerdo haber estado entusiasmada con el cambio, y sé que no pensé mucho en eso. Nos cambiamos porque mi papá había conseguido una visa de trabajo. Tomó la oportunidad porque quería que mi hermano y yo aprendiéramos inglés y tuviéramos una vida mejor, libre de malas influencias. Nos cambiamos a un pequeño, pero bonito departamento de una sola recámara que compartíamos mi mamá, papá, hermano y yo.

Después de un año, más o menos, nos cambiamos a un departamento más grande en la misma unidad habitacional. Mi hermano y yo entramos al jardín de niños y los años pasaron rápidamente. La escuela elemental era grata, yo quería a mis maestros y ellos me querían. Mis papás decían que yo había aprendido inglés en un par de meses porque mi maestro de jardín de niños era bilingüe y se enfocaba en ayudarnos con nuestro inglés. Mis padres querían que yo estuviera en actividades extracurriculares, así que me metieron a fútbol y softball. Desde entonces amo los deportes.

Siempre fui una persona tímida en la escuela, y no ayudó el hecho de que a esa edad empezara a darme cuenta de que era diferente del resto de los niños. Ellos me preguntaban de dónde era, me hacían sentir incómoda cuando sus expresiones mostraban lástima cuando les decía que era inmigrante de México. A veces me preguntaban si era inmigrante ilegal. Algunos niños no entendían lo que era una visa de trabajo, y asumían que mi papá era el típico mexicano inmigrante que trabajaba en los campos o limpiando casa. Aún cuando mi papá trabajaba en una buena compañía, ellos tenían razón en cierto modo. Fue duro para nosotros vivir en Moorpark.  Escasamente podíamos tener lo básico. Siempre había comida en la mesa, y yo estaré agradecida por siempre con mis padres por sus sacrificios para sacarnos adelante. Por esto, yo siento que no podía ser amiga de algunos niños. No era como ellos, porque además tenía miedo de lo que pensaran sobre mi estilo de vida diferente.

Foto tomada por Emily
Foto tomada por Emily

La secundaria fue mejor. Entré a las clases de nivel avanzado, y siempre me esforcé por obtener las mejores notas. Hice excelentes amistades en la secundaria, todos ellos me aceptaban por quien era yo, y nos alentábamos mutuamente para ser gente grandiosa. Durante la secundaria seguí jugando fútbol. Me encantaba, porque mis compañeras eran increíbles, y aunque habíamos empezado como un equipo muy malo, llegamos a ser las campeonas del condado de Ventura.

Nos cambiamos de casa otra vez, pero ahora a un área aislada, donde vivían todos los mexicanos. Yo la odiaba, era pequeña y fea. No le quise decir a nadie dónde vivía porque todos en mi escuela se referían a ese lugar como un ghetto, y duele saber cuán desconsideradas pueden ser algunas personas. Había quienes hacían chistes racistas, y yo no quería darles otra razón para hacer más. Mi hermano y yo compartíamos recámara en este tiempo, que era también parte de la sala y el comedor. Fue difícil acostumbrarse a vivir en un pequeño garaje “casa”, pero mis padres siempre fueron un apoyo, y todos nos adaptamos al cambio lo mejor que pudimos. Aunque el octavo grado fue el año más duro que tuve en todo el tiempo que viví en California, fue también el mejor en muchas formas.  Fue cuando estaba realmente saliendo de mi caparazón y estaba preparándome para ser una estudiante de primer grado en la preparatoria. Regularmente patinaba sobre hielo, iba al parque, veía películas y la pasaba bien con mis amigos más cercanos. Fui a prácticas deportivas a campo traviesa y a pruebas para entrar al equipo de fútbol de la preparatoria a la que asistiría ese otoño. Por supuesto, eso fue antes de que supiéramos que tendríamos que mudarnos.

Fue un día de junio cuando mi padre nos llamó a su cuarto y nos dijo que su visa de trabajo había sido denegada. No sé por qué, pero semanas atrás yo sentía que llegarían esas noticias.

A pesar de que de algún modo lo sabía, eso no es algo para lo cual uno pueda estar preparado. Ser forzado a mudarse en tan corto tiempo, y dejar todo aquello con lo que has crecido durante los últimos nueve años es bastante devastador, por decir lo menos. Yo sentí que fue la ocasión en que más lloró mi familia.

Una de mis amigas estaba en otro país cuando yo me enteré de esto, y no pude decirle personalmente que iba a mudarme. Eso lo hizo más fácil, porque yo no quería despedirme de nadie. Sólo quería empacar mis cosas e irme, porque los adioses son difíciles. Se lo dije a mi mejor amiga  cuando estábamos caminando juntas en el parque. Tres de mis amigas estaban ahí también, y fue realmente duro verlas llorar por las noticias. Sentí que mi vida se derrumbaba. Por supuesto que haría nuevos amigos y empezaría una nueva vida en México, pero no quería mudarme. Fue el 23 de julio de 2016, cuando tomamos nuestra caravana y nos encaminamos al sur, a una nueva vida, nueva cultura y nueva sociedad.

Cuando mi familia y yo llegamos a México, nuestra familia vino a la frontera para ayudarnos a transferir nuestras cosas, entonces fuimos a la casa de mi abuela. Nos cambiamos con ella e íbamos a vivir ahí mientras tanto. Me gusta la casa porque es más grande  que la casa en que vivíamos en Moorpark. En cuanto llegamos, tuvimos que buscar escuelas. Fuimos a tres antes de inscribirnos en una. Me gustó cómo se veía cuando la visitamos en verano. Y aunque había inconvenientes por vivir aquí, como la pobreza y la educación diferente, yo sentí que realmente encajaba. Me trataron diferente que en Estados Unidos. La gente es mucho más amigable conmigo y tenemos muchas más cosas en común. Así que después de nueve meses de estar en México, podría decir que me siento reconciliada con él. Siempre habrá nuevos amigos, nuevas escuelas y nuevas oportunidades, no importa a dónde vaya.

Esta fotografía fue tomada en el jardín trasero de la escuela. Es un lugar agradable y callado. Algunas veces voy ahí para estar tranquila.
Esta fotografía fue tomada en el jardín trasero de la escuela. Es un lugar agradable y callado. Algunas veces voy ahí para estar tranquila.

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